Obra de María Claudia Termes, Niños de la mar -No botes a la mar-, Foto de instalación en las playas de El Frances en Tolú, 2025, Colombia (Fotografía de Roland Eduardo del Valle Torres)

“No votes a la mar”, La orilla del silencio, un océano de plástico, una flota varada en la playa...

El Grito Mudo de Niños y Pescadores: Cuando el Arte Nace de la Basura

Hay protestas que no necesitan alzar la voz para resonar en lo más profundo de nuestra conciencia. A veces, una imagen es suficiente para encapsular la urgencia de una crisis. La artista colombiana María Claudia Termes ha logrado precisamente eso con su obra “-No votes a la mar-”, una de las piezas más conmovedoras y conceptualmente potentes de la exposición internacional “SEMILLAS DE ARMONÍA 2025 – El color que nos une”. Su trabajo es una elegía visual, un llamado desesperado desde las playas del Caribe colombiano.

 

Detalle de la obra de María Claudia Termes, Niños de la mar -No botes a la mar-, Foto de instalación en las playas de El Frances en Tolú, 2025, Colombia (Fotografía de Roland Eduardo del Valle Torres)

La obra, que se presenta en la exposición a través de una impactante fotografía, es el registro de una instalación realizada en las playas de Tolú. Lo que vemos es una flota de pequeñas barcas de madera, varadas en la arena. No están listas para zarpar; parecen rendidas. A su alrededor, en lugar de conchas y vida marina, se extiende una marea de plástico: tapas, botellas y fragmentos de colores artificiales que manchan el paisaje. La imagen es desoladora y poética al mismo tiempo.

 

Obra de María Claudia Termes realizando mural 

El Arte como Herramienta de Transformación Social

María Claudia Termes, diseñadora industrial de formación y artista conceptual por vocación, ha anclado su vida y su arte en las costas de Tolú. Su práctica artística no se limita al estudio; es una inmersión total en la comunidad y sus problemáticas. A través de su Fundación Los Niños de la Mar, utiliza el arte como un vehículo para la educación ambiental, trabajando con los niños de la región para limpiar las playas y transformar los desechos en materia prima para la creación.

Obra de María Claudia Termes, Niños de la mar -No botes a la mar-, Foto de instalación en las playas de El Frances en Tolú, 2025, Colombia (Fotografía de Roland Eduardo del Valle Torres)

Este proyecto demuestra que el arte puede ser un catalizador de cambio. Al involucrar a las nuevas generaciones, Termes no solo limpia un trozo de costa, sino que siembra una semilla de responsabilidad y cuidado. Los niños que recogen la basura para la instalación no son solo ayudantes; son coautores de un mensaje que les pertenece, porque el futuro del océano es el suyo.

 

Una Protesta que Navega sin Agua

El simbolismo de "-No votes a la mar-" es contundente. Las barcas, hechas con madera reciclada y recolectadas de diferentes partes de Colombia con la ayuda de artesanos, representan el sustento de las comunidades pesqueras. Su presencia en la arena, inmóviles y vacías, es una metáfora de la parálisis económica y cultural que provoca la contaminación. Como explica la propia artista, “salimos a pescar… y lo que encontramos no son peces sino basura”.

Obra de María Claudia Termes, Niños de la mar -No botes a la mar-, Foto de instalación en las playas de El Frances en Tolú, 2025, Colombia (Fotografía de Roland Eduardo del Valle Torres)

La instalación es la materialización de una realidad dolorosa: la pesca se vuelve insostenible, el turismo se ve afectado y la fuente de alimento se agota. Los botes se quedan en la playa porque su labor ha perdido sentido en un mar asfixiado por nuestros desechos. La obra es, en palabras de Termes, un "grito de protesta" de los artistas, de los niños y de los pescadores de la zona.


Los Niños de la Mar: un sueño que devuelve esperanza al océano

Hablar de Los Niños de la Mar es hablar de un regreso. Un retorno al origen, a la memoria salada de las olas y al eco de la infancia que creció junto al rumor de las aguas de Coveñas y Tolú, en la costa norte de Colombia. Allí, entre arenas cálidas y manglares vivos, nació la historia de María Claudia Termes, una niña que escuchó al mar como se escucha a un maestro, y que años después decidió convertir esa voz en acción.

“Yo crecí entre las playas de Coveñas y Tolú, fui una niña de la mar”, recuerda la creadora del proyecto. “Durante mi infancia el mar era limpio, las playas respiraban vida, los peces abundaban y los manglares eran un refugio de salud y belleza. Pero con el tiempo, todo comenzó a cambiar. El deterioro fue silencioso, casi imperceptible al principio, hasta que el plástico, la basura y la indiferencia fueron cubriendo lo que antes era esplendor”.

Frente a esa transformación dolorosa, nació la necesidad de actuar. De esa convicción profunda surgió primero un sueño personal y luego una institución con propósito: la Fundación Los Niños de la Mar, creada hace más de ocho años con la misión de educar, sensibilizar y movilizar a las nuevas generaciones hacia el cuidado de los océanos y sus ecosistemas.

La fundadora entendió que la clave del cambio está en la educación. “Estoy convencida de que trabajar con los niños, desde la infancia, es la mejor forma de sembrar conciencia. La educación ambiental y el arte son caminos que transforman realidades”. Por eso, desde la Fundación se desarrollan talleres creativos con materiales reciclados, donde los niños aprenden a ver en la basura una oportunidad: lo que antes contaminaba, ahora se convierte en escultura, instalación o artesanía.

Cada encuentro es una fiesta del ingenio y la sensibilidad, los pequeños artistas transforman botellas, tapas y restos de plástico en coloridas figuras marinas, peces luminosos o barcos imaginarios que parecen querer devolverle su alegría al océano. El arte se convierte en un lenguaje que sana, que enseña y que invita a cuidar.

El trabajo de Los Niños de la Mar no se limita a limpiar las playas o a enseñar técnicas de reciclaje; va mucho más allá. Es una propuesta de cambio cultural, un llamado a repensar la relación con el entorno natural y a reconocer que el mar no es un depósito de desechos, sino un ser vivo que respira junto a nosotros.

Con el paso de los años, el proyecto ha consolidado una comunidad comprometida, formada por familias, pescadores, docentes y niños que han comprendido que proteger el océano es proteger la vida misma. Desde su base en Coveñas, la Fundación se ha convertido en un ejemplo de cómo un gesto individual puede crecer hasta transformarse en un movimiento de amor y conciencia ambiental.

“Mi ilusión siempre ha sido devolverle al océano algo de lo que me dio”, afirma su fundadora. “Ver a los niños crear con sus propias manos, entender lo que significa cuidar, me confirma que el cambio es posible. Cada obra que hacen es una promesa, una semilla que algún día florecerá en un mundo más limpio, más humano y más azul”.

Así, entre el arte, la educación y la ternura, Los Niños de la Mar continúa sembrando esperanza en las orillas del Caribe colombiano. Porque en cada taller, en cada mano infantil que transforma el desecho en belleza, late la certeza de que el mar volverá a brillar si aprendemos a amarlo como lo hicimos en la infancia. 

Una Semilla de Conciencia para el Mundo

La participación de esta obra en “Semillas de Armonía 2025” es fundamental, aunque la instalación física se encuentra en Tolú, su mensaje viajará a través de la fotografía por un circuito internacional que incluye Colombia (Neiva, 27 de octubre de 2025), Perú (Lima, 7 de noviembre de 2025), México (Morelia, 27 de noviembre de 2025), Brasil (São Paulo, 5 de diciembre de 2025) y Argentina (Buenos Aires, 14 de marzo de 2026), con una futura parada en España. Este periplo permitirá que la problemática de una comunidad local se convierta en una reflexión global sobre nuestra responsabilidad compartida en la crisis de los océanos.

La artista ya está en conversaciones para llevar la instalación física a museos y otros espacios, buscando que más personas, lejos del mar, puedan sentir la aspereza del plástico y la impotencia de esa flota varada. La obra es un esfuerzo colectivo, un hermoso y triste poema visual construido con la ayuda de los niños, los pescadores y el fotógrafo Roland Eduardo, demostrando que la armonía, a veces, nace de la denuncia conjunta.